SENA
CENTRO DE GESTIÓN ADMINISTRATIVA
INDUCCION
Grupo 69048
CONTEXTO NACIONAL
INSTRUCTORA: TATIANA REINOSO MEJIA
FECHA: 06 de abril 2011
OBJETIVO DE APRENDIZAJE
Introducir al aprendiz en la dimensión empresarial como opción de vida individual y de desarrollo social, de tal manera que encuentre y comience a visualizar su propio carácter emprendedor. |
GUMERCINDO GOMEZ: Tejiendo su futuro
Siete meses antes de nacer, su padre fue asesinado. Su mamá analfabeta y pobre, tuvo que ver por él. Sin embargo, desde muy niño se puso a trabajar. Fue ayudante de panadería, carpintería, tapicería, aprendió a hacer colchones y desarrolló esta profesión hasta crear Colchones El Dorado, actualmente líder en su campo a nivel nacional.
En una época en que las personas en nuestro país se mataban por el apasionamiento político, el padre de Gumercindo, fue un líder defensor de las ideas de uno de los partidos, causa por la cual fue blanco para su asesinato.
Gumercindo Gómez Caro, nació el 1 de octubre de 1936. Su madre era analfabeta, y al morir su esposo, el padre de éste dilapidó el dinero y las tierras que él había dejado. Quedó prácticamente en un total desamparo con su hijo.
Pero aprendieron a luchar tranquilos. “Ahí nací al mundo, al lado de mi viejita ignorante, que le tocaba bandearse la vida en el campo. Conseguía finquitas, criaba gallinas, vendía huevos, se la pasaba de Ciénaga a Ramiquirí (Boyacá) y las veredas de los alrededores haciendo pequeños negocios y cositas, ¡mi pobre madre! Los dos solos. Así, comenzó mi vida, que fue supremamente hermosa. Viví esos años de juventud entre el aire puro, el amanecer limpio, rodeado de naturaleza fragante y frondosa, con buena comida, nutritiva, variada, y con los años tuve el afecto de tres tíos que eran como potentados locales, quienes me empezaron a proteger y querer mucho”
Era un niño bastante inquieto, que le daba no pocos dolores de cabeza a su mamá.
Lo mandaron a la escuela y manifestó su habilidad aprendiendo a leer y escribir en seis meses. Esta fue la base para su primer “negocio”. Como muchas personas en el pueblo eran analfabetas, incluyendo a sus tíos, comenzó a ser llamado para que les leyera y les escribiera las cartas.
Uno de sus tíos le pidió ese servicio, a los quince días el otro tío lo requirió para lo mismo, pero además le preguntó qué decía en la carta del otro tío: a sus escasos ocho años dio otra manifestación de su personalidad: “A mí no me van a coger de lleva y trae. Vamos a hacer un trato, yo no le digo a ellos nada de sus cartas, tampoco a ustedes de las de ellos, pero en cambio, s quieren seguir contando con mi persona, deben de a cinco centavos por leída y escribida”.
Era 1945, tenía nueve años y nunca se había colocado un par de zapatos, su madre, Concepción, no tenía cómo comprárselos, los niños que se colocaban zapatos eran vistos como acomodados.
Sus tíos y su mamá lo tenían destinado para ser campesino, desde muy temprano quisieron enseñarle a “manejar el azadón”, ante lo cual él siempre se mostró rebelde y con firmeza les decía que él no iba a ser campesino.
Alguna vez en una actividad del pueblo, consiguió un azadón prestado y participó en una competencia: “me coloqué al lado del más experto. Arranqué con decisión, fuerza y velocidad y saqué un surco. Los encerré a todos, gané la competencia. Terminé con la lengua afuera, sudando, satisfecho porque evidencié que podía ser buen campesino, pero no quería serlo. – Esto es para demostrarles que soy un verraco, pero para el trabajo: no voy a ser campesino-”.
A los diez años “hinchado de orgullo”, estrenó su primer par de alpargatas. Una tía le pidió que la acompañara a Tunja a cobrar una deuda, se fueron a pie, caminando un largo trecho; llegaron en la noche, y durmieron en un jardín a dos grados bajo cero de temperatura. Por azar pudieron cobrar la plata, ya que la tía extravió el papel con la dirección. Cuando le dijo que iban a devolverse a pie Gumercindo se negó, y la tía lo dejó allí. Logró volver a su pueblo, buscando el señor de la deuda y pidiéndole “prestado” para el pasaje, al ver la viveza del muchacho, él no se negó.
Gumercindo de “sintió grande”, se negó a volver a la escuela. No cedió en su decisión, ni siquiera cuando su madre, en secreto habló con unos policías para que se lo llevaran a la estación, diciéndole que había una ley referente a que todos los niños debían terminar la primaria. Ya allí, demostró de nuevo su rebeldía, fuerte y duro habló:”Dije que no iba a estudiar y no voy a hacerlo, por Dios santísimo. Si yo digo una cosa, la cumplo, ¡palabra de Gumercindo Gómez Caro!”, ante l cual a los policías no les quedó más sino soltar una carcajada.
Se fue a Tunja, allí vivió al principio con una tía y su familia. El esposo de ella, le enseñó a hacer herramientas como azadones y picas, las cuales vendía los viernes en el mercado. Quería ser independiente y tener dinero.
Allí en Tunja entró interno a un colegio dirigido por sacerdotes. Pagaba su cupo con trabajo, estudiaba de noche y trabajaba de día “haciendo los mandados”, adicionalmente y por hambre ocasionalmente, ayudaba a lavar platos y a destapar gaseosas, para recibir comida adicional. Haciendo los mandados se volvió hábil en la bicicleta, terminó por no estudiar, ya que se distraía en otras actividades.
Terminó por salirse del colegio, tenía trece años, volvió donde el esposo de su tía y le pidió que le ayudara a conseguir trabajo: “quiero algo más duro, más fuerte, que me enseñe a enfrentar mejor la vida y que gane dinero”.
Comenzó a trabajar en una panadería, junto con otros muchachos, su jefe era una mujer. Los levantaba a la una de la mañana a hacerle pan, luego a las siete a repartir pedidos, estaban desocupados a las tres de la tarde y ese tiempo les quedaba libre, lo dedicaban a jugar.
Viajaba cada seis meses a su tierra, había ahorrado trescientos pesos, los cuales los utilizó en “alquilar en empeño” una finca para su mamá, algo muy utilizado en esa época. El dueño les entregaba la finca por tres años para que la trabajaran y vivieran e ella, al final de los cuales les devolvía todo el dinero.
Uno de sus primos trabajaba como recolector de café en Caldas; con el deseo de comprarle una casa a su mamá, hizo cálculos “si cojo tantas arrobas, a tanto, me queda tanto, gasto tanto, y ahorro tanto” y concluyó que en dos años podría cumplir ese sueño. Pero a los pocos meses ella enfermó y murió. Gumercindo vino a su funeral “si un peso en el bolsillo”.
Su única hermana, mayor que él, vivía desde muy pequeña con un tío en Bogotá.
En las vacaciones siguientes a la muerte de su madre, Gumercindo se encontró con ese tío y le dijo que quería irse para Bogotá. Ante la pregunta de si “quería sufrir de todo” él le respondió que lo que fuera.
Llegó a Bogotá, superada la sorpresa de la primera vez, su tío lo ubicó en la casa de unos compadres suyos; Gumercindo “cayó muy bien”, hizo una gran amistad con toda la familia. Al me de estar allí, pidió a un señor que iba a almorzar a esa casa que le ayudara a conseguir trabajo. Un día el señor le dijo que había trabajo en una carpintería como el muchacho de la cola, le pagarían 54 pesos mensuales, esta era una buena cantidad para Gumercindo. Ese mismo día llegó el tío y le anunció que le tenía trabajo en Aseo Municipal, como barrendero a razón de 180 pesos mensuales, harta plata. Debía madrugar con una escoba de esparto, un uniforme azul, una carretilla y una garlancha. El se quedó pensativo y le dijo al tío con su usual seguridad: “Gracias tío. En la carpintería gano un poco menos de la tercera parte, pero aprendo un oficio. A mí no me daría pena barrer las calles, a uno no le debe dar vergüenza el trabajo, pero no lo quiero, deseo ser carpintero”.
Ante el desconcierto de su tío, Gumersindo complementó su respuesta: “Disculpe, tío, pero yo busco un porvenir, y barriendo calles me voy a quedar ahí toda la vida sin aprender algo, además son puestos políticos y en cualquier momento me botan”.
El puesto en la carpintería fue realidad la semana siguiente, era 1953 y Gumercindo tenía 16 años. El trabajo no era tan sencillo como se lo habían descrito, implicaba un gran esfuerzo físico; “le tocaba cargar madera, acompañar al dueño a los depósitos y de ahí echarse al hombro pesados troncos que le pelaban y le dejaban adoloridos los hombros, pero al mismo tiempo aprendía a conocer los distintos tipos de madera, cómo se medía, de qué clase era, para qué se utilizaba y hoy es un experto en identificar un cedro o un amarillo, sabe qué es una chapa, qué una tabla burra y demás, Años después sería socio de su patrón en un depósito de maderas”.
Aprendió a pintar muebles y a mirar con admiración a los tapiceros, “se sentaba en sus momentos libres a mirar lo que hacían, cómo cortaban la tela, ponían los resortes, le echaban paja de relleno, cubrían el mueble. Hasta que consiguió hacerse tapicero”.
Su trabajo en esa carpintería se prolongó por tres años, “su interés por mejorar no cesaba. Gustavo Rojas Pinilla creó el Instituto Nacional de Capacitación Obrera, antecedente al actual SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje), al cual se matriculó Gumercindo. Estudiaba de siete a nueve y media de la noche”.
En la noche luego de estudiar, se ponía a repasar sus apuntes. Estudió durante cuatro años.
Mientras tanto, en la carpintería, pidió a su patrón varias veces aumento de sueldo, la respuesta era que si no estaba conforme se fuera, además de los catorce pesos que ganaba semanalmente, jamás se los pagaba completos, sino a fracciones. “Yo me hacía el de la vista gorda y seguía laborando. En el fondo, yo sabía que estaba en un proceso de aprendizaje”. Cuando le fue negado nuevamente el aumento, decidió pedir trabajo como ayudante de tapicería en una carpintería cercana, después de contar lo que sabía hacer, cuando le preguntaron cuánto ganaba respondió: “Trabajo allí y me va bien, pero en este momento no hay qué hacer. Gano
ocho pesos diarios (en realidad eran dos), pero aspiro a ganar diez, dijo sin parpadear ni temblarle la voz”, a lo cual el patrón respondió: “venga el lunes, comience a trabajar y el fin de semana resuelvo si le pago ocho o diez pesos diarios”.
Esa semana trabajó con fortaleza y esmero, cuidando de no desmandarse: “Trabajaba con emoción, muy rico, porque yo ante todo he sido un trabajador”. Al finalizar la semana recibió setenta pesos, es decir, le pagaban diez pesos diarios, uno sobre otro, más de lo que ganaba en la otra carpintería en un mes de trabajo.
Cuando fue a la carpintería de su antiguo patrón, el Señor Zárate, a cobrar lo que le debían y su liquidación, éste le propuso que se quedara con él y le pagaría los mismos 12 pesos (Gumercindo le dijo que eso le estaban pagando por el día). No acepto. Pero se ofreció a venir después de su trabajo, le tapizaría un somier por quince pesos. Zárate aceptó.
“Salía por las tardes, se iba a tapizar un somier, lo cual no le quitaba más de dos horas y luego seguía a estudiar. ¡Se ganaba en dos horas lo que antes se ganaba en una semana! El trabajo abundaba para Zárate y Gumercindo llegó a recibir hasta cien pesos en una semana”.
Por la insinuación de Zárate se enteró que en la carpintería donde trabajaba la jornada completa, había además una fábrica de colchones. Zárate le dijo que aprendiera a hacer colchones y montara una fábrica. Esto hizo Gumercindo a los diez y nueve años. En la hora del almuerzo comía algo rápido y se iba a ayudarles a los obreros que hacían los colchones, al mes hizo su primer colchón.
“¡Me quedó tan bonito, mejor que los que hacían ellos!”. Entonces pusieron la fábrica, o mejor el proyecto de fabriquita, porque dejaron el colchón a la vista en el taller de Zárate. Hasta que llegó un señor y preguntó cuánto valía. Los materiales le habían costado veinticinco y sin pensarlo mucho dijo que cincuenta”.
Fabricaba según la venta, uno semanal o uno quincenal, los colchones eran de resorte como los que fabrica ahora. Siguió trabajando en la otra carpintería, con Pedro Monroy, quien todavía hoy es su amigo.
Alguna vez Monroy tuvo que salir de afán y dejó a Gumercindo encartado con un trabajo que había que entregar urgente. Para poderlo terminar, debía utilizar una máquina grande y ruidosa a la cual le tenía miedo. “tomó coraje, prendió la tenebrosa máquina, se fijo por dónde iba enhebrando el hilo por si se le reventaba, cogió un pedazo de lona para ensayar, hundió el acelerador con cuidado y temor, tocándolo despacio, avanzó la máquina, no rompió el hilo, intentó con otro pedazo de lona y logró control absoluto”.
Terminó el trabajo, ante la sorpresa y admiración de Monroy, quien le aumentó el sueldo a doce pesos.
Zárate le propuso que se asociaran y colocaran la fábrica de colchones. Ante la escasez de efectivo, un día llamó una señora para el arreglo de una silla, Zárate puso los materiales y Gumercindo el trabajo, cobró 35 pesos. Con diecisiete de ellos, compró una prensa de segunda, unos alicates y una varilla, con el resto compró resortes y demás. “Con eso se inició lo que hoy es Colchones El Dorado, con 35 pesos, el 7 de Mayo de 1957”.
Los resortes casi no se conseguían en el comercio, y especulaban con los precios, por su escasez. “Asumí un desafío que considero lo más importante de esa época en mi vida. Me hice a la idea loca y estúpida que dizque yo me iba a inventar una máquina de hacer resortes y si no, dejaba de hacer colchones. Fue tal mi obsesión por eso, que en la mesita de noche dejaba papel y lápiz, soñaba con la máquina y lo que soñaba lo escribía. Me iba a cine a Faenza, al Apolo o al Teatro Lux, donde daban dobles por cincuenta centavos, muy barato, y n los intermedios como cargaba papeles en los bolsillos, déle a la maquinita, iba en el bus y pensaba lo mismo. El caso es que a los seis meses inventé la dichosa máquina para hacer resortes”.
La elaboración de la máquina de hacer resortes le costó cincuenta pesos y le dio gran empuje a lo que hoy es Colchones El dorado. Mantuvo su invento oculto doce años, hasta que un ex obrero suyo la copió y se empezó a generalizar.
La sociedad con Zárate duró únicamente dos años debido a que éste carecía de espíritu de organización, la deshicieron por las buenas.
En un principio el nombre de la fábrica fue Sueño Dorado, pero la competencia Colchones Morfeo, amenazó con demandarlo, a lo cual Gumercindo le tenía miedo.
Entonces registró legalmente el nombre de Colchones El Dorado.
El rompimiento de la sociedad le impuso un nuevo reto, donde Zárate no pagaba arriendo, ahora debía hacerlo, fuera de eso quedó descapitalizado porque su socio se llevó la mitad de todo.
Tomó en arriendo una casa y allí arrancó. “Empezó a hacer uno o dos colchones al mes, después uno a la semana, luego dos, después tres, contrató otro obrero, la demanda lo obligaba a hacer uno diario, empleó otro colaborador y desembocó en la necesidad de hacer otro invento. Era necesario producir unos clips que unen el resorte con el alambre, y resorte con resorte. El kilo valía doce pesos, muy costoso y sólo en una parte los vendían”, terminó también por ingeniárselas para producirlos él mismo, le regalaban la lámina para hacerlos, de tal manera que le salían gratis.
Decidió trasladarse para un lugar un poco más cómodo, allí la empresa se afianzó: “trabajaba de seis de la mañana a once de la noche. Desayunaba de ocho a ocho y media, almorzaba de doce a doce y media, se echaba un sueñito de media hora y a la una continuaba. A las siete comí, veía media hora de televisión para distraerse y a las ocho ya estaba de nuevo dándole a su quehacer, a veces hasta las once y media o antes porque el cansancio lo dominaba. Dormía ahí mismo en el taller”.
Ya casado y con una hija, la empresa fue creciendo, de tener tres obreros pasó a cinco, ya necesitó alquilar otra casa contigua como bodega.
Se le presentó una gran oportunidad, otro empresario, le ofreció un lote que tenía en la calle 13 con carrera 68, que por supuesto no es la avenida que es hoy en día.
“El negocio se concretó: el lote costaba noventa mil pesos. Como Gumercindo no tenía plata, pero sabía hacer colchones, le pagaría a José con colchones que, a ciento veinte pesos cada uno, tendría que entregarle setecientos cincuenta, en un lapso no superior a diez meses, es decir setenta y cinco colchones semanales, o siete y medio diario. ¡Una locura absoluta!”.
Varios amigos fueron a persuadirlo para que no se metiera en ese negocio a través de razonamientos pesimistas que no hicieron mella en Gumercindo.
Hacía pocos días habían nacido su segunda hija. Durante esos diez meses vivieron en una completa austeridad, se mantenían con el dinero que llegaba adicionalmente, mismo con el cual le pagaban a los obreros. “Durante esos diez meses no salimos ni siquiera a un cine, que era lo más económico y popular para los pobres; nuestra alimentación se redujo única y exclusivamente a sopa con hueso poroso, nada de carne ni de seco, mucho menos fruta o postre, la plata no alcanzaba para más”.
La materia prima, fuera de los resortes y los clips que él mismo producía, la pagaba con cheques pos fechados sin fondos lo cual en esa época tenía pena de cárcel.
Cuando terminaron esos diez meses, debía cuarenta mil pesos a sus proveedores, estaba quebrado, tensionado, “con ganas de tirar todo y salir corriendo”.
Pero hizo lo contrario, le “dio la cara” a sus acreedores, les contó el motivo de su atraso en el pago, y empezó a abonarles poco a poco, “redobló esfuerzos, empezó a trabajar hasta diez y ocho y diez y nueve horas diarias, se le midió a todo lo que sabía hacer, ahorró y economizó hasta el máximo”. Esto le creó una imagen de integridad y de honrado empresario. Terminó de pagar su deuda en un año.
No descansó. Para ahorrar los arriendos que pagaba hasta ahora, construyó una pieza en el lote y se fue a vivir allí con su familia. Continuó construyendo poco a poco. Su empresa se consolidó y se empezaron a ver los frutos y su nivel de vida comenzó a mejorar.
Gumercindo era un próspero industrial y fue invitado a una feria de ese tipo en las Antillas. Viajó en el Buque escuela Gloria de la Armada Nacional, recorrió Puerto rico, República Dominicana, araba, Curazao y otros países del Caribe. En la actualidad ha visitado 47 países y las 122 ciudades más importantes del mundo.
“Como siempre ha estado en función de mejorar su vida y las de quienes puede, se dedicó al estudio de humanidades, lo cual lo llevó también a aprender francés e inglés, como complemento a su idea de la universalidad del hombre. Otros medios de satisfacción personal han sido componer canciones suficientes para dos larga duración, y crear una fundación sin ánimo de lucro para el fomento de la creatividad”.
Finalmente después de estar pensando mucho si expandir su empresa o dejarla como estaba; “si la hacía crecer, tenía que endeudarme, amargarme la vida, o dejarlo como estaba, vivir fresco y tranquilo, pero también echarme para atrás, porque el que no avanza retrocede, eso para mí es claro”, decidió ¿adivine?. Sí, expandirse. Abrió sucursales en Medellín, Cali, Barranquilla y en otras ciudades.
“Admite que su gran error fue haber construido un edificio enorme en la calle 13 # 69-80, porque con esa acción distrajo los recursos de la empresa y eso fue una falla de planificación, porque cambió el rumbo de la compañía. La junta directiva se quejó por haber derivado una empresa fabricante de colchones a un negocio de finca raíz”.
“Veía que el negocio se le salía de las manos. Se sentía cansado, vago, ligero. Se puso a pensar por qué y descubrió que le faltaba actualización. “Porque hay que ser consciente de que un acosa es ser empresario artesanal, y otra muy distinta ser empresario de carrera. Entonces vislumbré la necesidad de capacitarme mejor, como siempre había estado haciéndolo””.
“A los 53 años empezó a hacer cursos de alta gerencia en Fisitec y en las universidades de Los Andes y el rosario; entró al mundo de la capacitación en planeación estratégica, calidad total, proceso de franquicias, aprendió técnicas para mantener una empresa de la envergadura de la suya, lo cual le ha permitido siempre planear el futuro con base e la realidad y la lógica”. “Yo no podía seguir viendo la empresa como cuando la empecé; necesitaba otra lupa”.
Actualmente genera 150 empleos directos y más de 600 indirectos y está produciendo 150 colchones diarios, además tiene cuarenta sucursales a nivel nacional.
“Estoy empezando la segunda etapa de mi vida, he crecido como persona, siento más la felicidad, de trabajar bien, de la superación personal. Esta etapa del crecimiento personal me parece más importante que la expansión empresarial; se trata de uno como ser humano, la concientización de quién soy, de dónde vengo, para dónde voy, qué sentido tiene lo que hago en la vida, qué papel debo desempeñar para mí, para la sociedad y la familia.
CONSTRUYENDO SU FUTURO......
CUESTIONARIO INDIVIDUAL
- Mencione tres características, o más, que usted considere como las fundamentales para que don Gumercindo lograra ser un empresario de éxito.
- ¿Cuáles son los tres momentos claves de la vida de Don Gumercindo, cómo y con qué los enfrentó? ¿Cuáles fueron las consecuencias?
- ¿Qué factores influyen para que una persona quiera ser empresario?
- ¿Qué implicaciones tanto positivas como negativas tiene el ser empresario?
- ¿Qué es una empresa?
- ¿A qué puede llamarse espíritu empresarial?
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